Tengo un amigo homosexual


Tengo un amigo gay. Se llama Lorenzo y lo amo con todo mi corazón. Hace meses le vengo hablando del amor de Dios. Le he contado que el Señor Jesús vino a la tierra a morir por sus pecados y que El Señor no está de acuerdo con su forma de vida, pero que eso aun así lo ama con y quiere darle una oportunidad de conocer una vida diferente y mucho mejor.

He logrado llevarlo un par de veces a la Iglesia y ha escuchado la palabra y ha entendido cosas y de a poco veo que Dios está haciendo una obra en él. Pero hace unas semanas pasó algo. Vio un anuncio en Facebook de una llamada “MARCHA DE VALORES” donde hablaban de marchar en contra del “matrimonio gay”, “adopción de niños a parejas homosexuales” y “cambio de identidad”.

Entonces me dijo que no iba a volver más a la Iglesia conmigo ya que no se sentía a gusto en un lugar donde había gente que organizaba una marcha en contra de sus derechos. Debo admitir que hirió mi orgullo “evangélico” y comencé a explicarle acerca del pecado, del cielo y el infierno. Luego de varios minutos de defender “mis convicciones” teológicas me miró a los ojos y me dijo:

Amigo, en todas partes nos dicen que está mal lo que hacemos, y la mayoría de nosotros dentro nuestro lo sabemos. Ya no necesito gente que me diga que está mal lo que hago, necesito gente que me muestre y me acompañe en el camino a encontrar una vida mejor.

Debo confesar que me enojé, me despedí y no le di la razón para nada ya que yo soy quien obviamente tiene la Verdad y la “razón”, por supuesto, soy cristiano.

De regreso a casa sentí una voz que me decía: “Misericordia quiero y no sacrificio.” Confieso que comencé a reprender “diablo inmundo, diablo inmundo”, pero esa voz seguía retumbando en mi interior “Misericordia quiero y no sacrificio”.

De repente me vino una imagen: El Señor, sentado en una gran mesa gustando una rica cena, rodeado de gente, prostitutas, publicanos, homosexuales, etc. Él les hablaba todas estas cosas que yo le había hablado a mi amigo que yo sé que son verdad. Pero era diferente, Él antes de hablarles estas cosas los había traído a “sentarse a la mesa junto con Él”. Estas personas lo escuchaban y algunas lloraban sintiendo el amor de Jesús y el deseo de cambiar. De repente se me fue la imagen y sentí un peso en mi mano, me miré y tenía una piedra. La solté en el suelo y seguí mi camino a casa.

Llegado a casa reflexione en todo lo que había vivido esa tarde. Sé que mis hermanos que organizaron la marcha lo han hecho con la mejor intención y seguramente esté allí para apoyarles. Pero me di cuenta que primero debemos empezar por casa, por lo que haré una marcha yo solo en contra de mi falta de misericordia, en contra de mi vanidad, en contra de mis celos, en contra de las palabras que hablo de más y tantas otras cosas que debo cambiar.

Es más, pensándolo bien, haré una marcha todos los días por mi santidad y para que en mi vida se vea la presencia de Jesús; porque sé, que a mí seguramente me rechacen, pero si pueden verlo a Él en mí, ya no tendré que decirles lo que está mal, porque ellos solos vendrán a buscarlo a Él y Él se los dirá.

ANÓNIMO.


Publicar un comentario