¡Ojalá fueras lo uno o lo otro!
Conozco
tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro!
Por tanto, como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de
mi boca. Dices: “Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada”; pero no te
das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú.
Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te
hagas rico; ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez; y
colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista. (Apocalipsis
3:15-18)
Estoy
segura que ustedes, al igual que yo, han leído el apocalipsis menos veces que
los evangelios, los salmos, los proverbios o las cartas. Y esto es porque nos
cuesta entenderlo, pero no por ello es menos importante. El versículo de allí
arriba, es más que claro. ¿Cómo resumirlo? Yo lo llamo: Tibieza Espiritual.
Pero Dios
me llevó a ver más allá. La tibieza espiritual, no es sólo saber lo que está
bien y lo que está mal, y muchas veces pensar y decidir en la carne. Sino que
es un estado del alma, que te produce ceguera, te desnuda por completo y llegas
a un punto en el que crees que estás bien, que tienes todo lo que necesitas,
que Dios ya no puede hacer nada por ti, que tú puedes solo. ¡Ups! ¿Te ha
sucedido? A mí también.
Me cuesta
creer que haya un tipo de cristiano que le cause nauseas a Dios, pero la Biblia
lo confirma. Te pondré un ejemplo cotidiano. Tomar agua fría, te refresca;
tomar agua caliente, puede ser en una infusión; pero tomar agua tibia, a nadie
le gusta, es difícil de tragar.
Así mismo,
Dios dice “¡Ojalá fueras lo uno o lo otro!” o en otra versión “¡Sería mejor que
me obedecieras completamente, o que de plano no me obedecieras!”. Dios no tiene
términos medios. Lo obedeces o no lo obedeces. Jesús les dijo claramente a sus
discípulos: “El que no es conmigo,
contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.” (Lucas 11:23)
Con esto no
quiero asustarte, sino que quiero responder a la pregunta que todos los días le
haces a Dios: “Señor, ¿Cuándo me bendecirás? ¿Cuándo responderás mis
oraciones?”. Y la respuesta de Dios es: Cuando
te decidas. Cuando elijas ser frío o caliente.
El frío, es el incrédulo o bien el que
conoció a Dios y por voluntad propia decidió alejarse por completo de Él. El caliente, es aquel que no es perfecto,
pero sí confía en que Dios lo perfeccionará. Es el que lucha por agradarle día
a día con su vida. ¿Cuándo te decidirás?
Recuerda
que Dios no lo hace por ira, sino por amor. “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé
fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga
vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo
vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, que oiga lo que
el Espíritu dice a las iglesias.” (Apocalipsis 3:19-22)
Dios es
SANTO, SANTO, SANTO, tres veces santo. Y es esa pureza, esa totalidad de
santidad, la que lo obliga a advertir a sus hijos cuando no están haciendo las
cosas bien.
Cualquier
buen padre, dirá a su hijo “No metas los dedos en el enchufe, porque te puedes
electrocutar”, y aunque el niño patalee y llore, su padre lo hace para su bien.
Dios te
dice: “Sé fervoroso (es decir,
entusiasta) y arrepiéntete. Búscame de corazón. ¿Me oyes? Estoy tocando tu
puerta. Quiero entrar y cenar contigo. Quiero que venzas, que logres
obedecerme. Aún con tus errores te perdonaré. Pero por favor, ya no seas tibio.
“Hoy pongo al cielo y a la tierra por
testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre
la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus
descendientes.” (Deuteronomio 30:19)
Examina,
¿Cuál es tu estado? ¿Eres frío, tibio o caliente? Si eres frío, acepta a Jesús,
entrégate por completo a Él y déjalo que transforme tu ser. Si eres tibio, preocúpate
y pídele perdón a Dios. Y si eres caliente, ¡Gloria a Dios! Tu bendición está
cerca.
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